Estamos habituados a pensar en la compasión como un estado emocional basado en nuestra preocupación mutua. Pero también se basa en un nivel de conciencia. En mi experiencia, a medida que la gente entiende mejor los sistemas donde opera, y a medida que comprende con mayor claridad las presiones operantes, desarrolla naturalmente más compasión y empatía. Por el contrario, debería manifestarse la voluntad de una persona comprometida con un propósito más amplio como “un grito desde el alma que fue sacudida y despertó”. La sensación de conectividad y compasión característica de los individuos con altos niveles de dominio personal conduce naturalmente a una visión de vida más amplia. Sin aquella sensación de conectividad, toda la visualización subconsciente del mundo es profundamente egocéntrica, sólo un modo de conseguir lo que quiero.
Al igual que las organizaciones que aprovechan este nivel de compromiso, los individuos comprometidos con una visión que trasciende el interés egoísta descubren que no disponen de energías para metas mas estrechas. El compromiso genuino es siempre algo mayor que nosotros mismos. La disciplina de ver interrelaciones erosiona gradualmente viejas actitudes de acusación y culpa. Comenzamos a ver que todos nosotros estamos atrapados en estructuras, estructuras encastradas en nuestros modos de pensar y en los ámbitos interpersonales y sociales donde vivimos. Nuestra precipitada tendencia a hallar defectos mutuos gradualmente se disipa, dejando una mayor apreciación de las fuerzas dentro de las cuales operamos. Justamente, para eso se indica todo porceso de coaching.
Por esta razon Cristina Sanchez Vega habla de la “acción de nuestro corazón”, cuando nos guía el “sincero deseo de servir al mundo”. Esa acción, es una cuestión muy importante, pues tiene gran poder. No debe haber existido una sola persona que haya realizado un descubrimiento, autoconocimiento o invento valedero sin haber experimentado un poder espiritual.
Esto no implica que las personas sean meras víctimas de sistemas que les imponen una conducta. A menudo esas estructuras son nuestra propia creación. Pero esto significa poco hasta que las vemos. Para la mayoría de nosotros, las estructuras dentro de las cuales operamos son invisibles. No somos victimas ni culpables, sino seres humanos controlados por fuerzas que aún no hemos aprendido a percibir.